El año 2018 fue un año de publicaciones de ensayos en Brasil, gracias a la invitación de Ana Mª Haddad, coordinadora de Estética do Labirinto y Poéticas do Ensaio. Pero además, Ana, me brindó el honor de escribir el prólogo del último libro de poemas de Marco Lucchesi: Mal de amor, editado por Patuá en Sao Paulo. Un regalo escribir para un autor que admiro y que significa tanto en Brasil.
MAL DE AMOR: Marco Lucchesi
Leer a Lucchesi
es siempre un viaje sin fin, un camino ascendente a lo más puro de uno mismo y al
descubrimiento del otro yo que nos habita. Pero no sólo. Sus palabras se
convierten en el círculo concéntrico que nos lleva sin ningún tipo de contención
a conocernos más allá de nuestro presente, con la necesidad de indagar en esta
cultura greco-latina que nos da conciencia, materia, y nos une a cada grano de arena
que pisamos. Y después de situarnos en nuestro epicentro, nos obliga a sobrepasar
cualquier espacio para alcanzar el conocimiento a través de las innumerables
ciencias que el hombre pueda reconocer y que para muchos de nosotros son
inabarcables. Tanta sensibilidad compartida y tanto conocimiento es un regalo
que se va degustando a lo largo de cada palabra que puebla un verso, una línea,
tras su, siempre, aparente sencillez a primera vista. Y acabamos por
adentrarnos en un bosque frondoso de emoción, conocimiento y encuentro que nos
alza, como diría Pedro Salinas “sobre las
puntas rosadas de tus pies, / en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo / de ti
a ti misma” y nos desnuda en el reconocimiento de haber sido partícipes,
cómplices y testigos de una revolución que todos, alguna vez, hemos querido
expresar y sólo él ha conseguido.
Y así Mal de amor con sus tres partes
diferenciadas (Pontos de fuga, Pavanas, Conjunções) nos adentra en un preludio de sensualidad y deseo del
que tierra y mar son los únicos testigos.
No se inicia gratuitamente con el recuerdo a Nelson Cavaquinho en su verso “quando piso em folhas secas”, ya que
estos primeros textos, este primer bloque de escritos, nos adentran en un lugar
que avanza incansable en el alma del poeta: mar, rocas, arena, sol, ballenas,… como si de un cuerpo se tratara, un cuerpo
con el que deseamos fundirnos, un lugar del que deseamos formar parte como un
elemento natural más para sentirnos apátridas y “alcançar o rosto físico das coisas”, en un deseo de posesión y de
ser poseídos sabiéndose materia y espíritu en pertenencia con lo que nos rodea.
Un deseo casi místico como el que expresaron Fray Luis de León o Santa Teresa
de Jesús en su búsqueda de absoluta comunión con Dios. Saberse ahí y ahora,
abrazados por la naturaleza que nos rodea, es saberse vivos y significantes,
cómplices de algo mayor que nos puebla en su grandeza. En un vaivén infinito
que sólo el mar es capaz de reproducir y el deseo es capaz de imitar, nos rescata
“um pássaro fugaz, em abandono de trevas
e adeuses” en un presagio de cuerpos que anuncian la salvación “como gritos dos chacais entre ruínas”
que despiertan los sentidos para mirar más allá del horizonte, ese Ponto de Fuga
que obliga a observar más allá del silencio antes de partir.
Descubrimiento, entonces, de “o espaço desmedido que nos une”,
revolución y tsunami que hace languidecer al espíritu y silencia el “própio eco” en la espera y nos salva del
abismo cuando “A fúria do presente nos
redime”. Y, a pesar de la certeza de lo intangible, se habita el vientre del
ser deseado, alejando los aullidos de lobos enfurecidos, la herida de la
soledad que nos acompaña desde la infancia o el frío deseo ante la nada, y se
intenta “recompor os nossos fragmentos”.
Y como en una suave danza, el ritmo de las olas y los cuerpos nos libera de
esta nada que nos pertenece por único derecho “nos braços incondicionáis do todo”. Pero, como es natural en el ser
humano, alcanzar el absoluto siempre hace dudar ante su posible desaparición,
forzando, al propio espíritu, a caminar entre las espasmódicas certezas de “Desejo e nao desejo: um todo se dissolve”
y la eterna pregunta que Lucchesi transforma en una sentencia inigualable “Como dobrar as lâminas da duraçao?, ¿cómo
conseguir que permanezca el prodigio en un mundo que se desmorona a cada paso?
Y cada día, cada instante se libra una lucha entre deseo de aprehensión y
libertad. Y se atora la garganta ante “A
iminência da queda”, obligándonos a mirar más allá de nosotros mismos
buscando, de nuevo, refugio en esas entrañas de la tierra “Selva do corpo adentro, líquidos prefácios”, donde la memoria, las
imágenes retrospectivas, las similitudes y las cadencias alimentan el apetito
de posesión, y obligan a observar el exterior en búsqueda de esos Puntos de
Fuga que nos dirigían a un horizonte que ya no es, mientras “Saraivam tempestades nas abrasadas terras
fiminis”, en el recuerdo de estrellas que se observaron con miradas
compartidas y se refleja ese deseo recobrado por la sombra del amor en otros
cuerpos que en el bosque se entrelazan mientras “teu olhar media, insólito e perdido, a fome da distância”. Y es esa
Pavana, esa cadencia, ese devenir tan cercano al movimiento migratorio de las
olas el que nos hace observar que “tudo
se transforma em pedra e sal”. Mi Pedro Salinas, digo mi porque es la versión propia que yo tengo de su poesía desde mi
más tierna infancia, escribe: “Te conocí,
repentina, / en ese desgarramiento / brutal de tiniebla y luz, / donde se
revela el fondo / que escapa al día y la noche […] y camino sin errar /
[….] y se cree que se ve / quién eres
tú, mi invisible.”
Y lo visible ha
dejado de ser tangible y su invisibilidad nos acompaña siempre y nos atemoriza
al mismo tiempo que se vuelve fruto necesario para sabernos vivos. Y en la
comisura de nuestros labios aparece, entonces, un leve sabor a sal, alegoría de
ese gusto sensual posterior al más puro de los encuentros entre dos cuerpos y,
cómo no, de ese mar que ha sido intermediario, testigo y partícipe del milagro
de poder gozar de una “Estrela nova em céu de puro ardor”. Mar
y cielo han conseguido confluir en esta Conjunção para determinar esa realidad
que acompasa el ritmo del ir y venir de un cuerpo dentro de otro cuerpo en una
eternidad que asombra y enrojece a cualquier crepúsculo en llama viva.
En este instante,
Lucchesi consigue que mi lengua busque, inconsciente, esa sal en la memoria de
un mar del que me he despedido hace poco y que se pega a mi piel durante los
inviernos en la meseta para atestiguar que el mundo es tierra, mar… al que
debemos desear pertenecer como deseamos a un cuerpo que nos abraza sin
obstáculos ni medida. Todo pasará, nuestro tiempo es irrefrenable, todos
pasaremos finalmente, pero el mar, las olas, el deseo y su cadencia sobrevivirá
a cualquier cuerpo en un ir y venir sin fin que se clavará en cada recuerdo de
aquellos que han sido dichosos de vivirlo. Y como Lucchesi “sondo o refúgio das sombras e a muda provisão
de claridade” en busca de ese placer que nos precipita y se convierte en expresión
exacta en este viaje al epicentro de esa espiral que no termina y nos salva de
la nada que todos somos mientras sus palabras resurgen como un gran eco en la
memoria.
Montserrat Villar González
Monterrubio
de Armuña, Salamanca, 12 de septiembre de 2018, en el atardecer de un cielo que
se enrojece antes del ocaso.
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