Como decía Leopoldo María Panero: “Sé todo sobre la Rosa / y sobre el abismo
al que mis pies insultan / llevo una llaga en mi pecho / que es el secreto de
mi vida”. La poesía como la vida, es rosas y espinas. Es ternura y lucha
cotidiana para llegar a sobrevivirnos en la destrucción, es belleza que duele y
sangra cuando nace.
Escribir es, a mi humilde entender,
comunicar una visión del mundo propio e íntimo que crece en las entrañas, es
comunicar aquello que los ojos observan cuando el poeta camina en este mundo de
todos. Un mundo que se necesita absorber y ordenar y que a través de la poesía se puede expresar
de manera esencial, clara, sincera, honesta, sin miedo al qué dirán o quién
dirá. Nadie tiene poder para juzgar lo más innato, lo más honesto de nosotros
mismos, sólo puede compartirlo, sentirlo, absorberlo, disfrutarlo o, por el
contrario, desecharlo por no sentirse cerca de ello.
Quien ha bajado al abismo sabe que
quienes le rodean también han arañado sus paredes para no sucumbir a la
oscuridad; quien mira hacia dentro, ha llorado, ha muerto y vuelto a nacer. Y
sólo después escribe, escribe para traducir el dolor de otros y el suyo propio,
para evitar la muerte y la degradación, para abrazar a quienes se sientan cercados
por las palabras, para que ese abrazo retorne al poeta y lo temple en su
desolación. Escribir para mirar, desde la belleza, desde lo más esencial,
cuanto nos rodea y porque, como decía Gabriel Celaya: “ …cuando se miran de
frente / los vertiginosos ojos claros de la muerte, / se dicen las verdades: /
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades. […] Maldigo la poesía concebida
como un lujo cultural por los neutrales.”
Porque
es una necesidad vital igual que respirar, escribir sin simulación, sin trucos,
palabras que intentan transmitir sincera y honestamente el mundo que nos
puebla. Y, entonces, como dijo Alberti, “Miro
la tierra, aíslo / en mis ojos, atento, una pulgada. /¡Qué desconsolador, feroz
y amargo / lo que acontece en ella!”. Sólo desde la profundidad de las
entrañas, desde el silencio y la soledad que reflexiona, desde la distancia y
la falta incluso “de cordura” escribir.
Leopoldo
María Panero nos enseñó a decir sin poner caras a lectores, a ser uno consigo
mismo y ser, el poeta a sí mismo, el primero al que deben sus palabras la honestidad sin trampas. Sólo así, se consigue
absorber, reconocer, ordenar la realidad, la belleza, la fealdad, el amor, el
odio,…Respirar, además, el mundo a través de los otros, y que la empatía hace
sentir como parte del dolor del poeta, así la poesía puede dejar de ser de uno
mismo, para ser solidaria con la existencia de los demás.
Decía
Charles Bukowski sobre SER ESCRITOR: “Si
no te sale ardiendo de dentro / a pesar de todo/ no lo hagas. […] Si tienes que
esperar a que salga rugiendo de ti, / espera pacientemente. / A no ser que
salga de tu alma / como un proyectil, / a no ser que quedarte quieto / pudiera
llevarte a la locura, / al suicidio o al asesinato, / no lo hagas”.
Eso es,
igual que no se necesita respirar a doble velocidad, no escribir si no se tiene
nada que decir, si no se ve y no nace de los más profundo del ser. Pero, de
pronto, una mirada, una caricia, el llanto o la muerte, puede hacerse visible e
impulsar un poema. Y es en esa intimidad en la que el poeta se encuentra a sí
mismo, e intenta comunicar la belleza o
la muerte que la vida le muestra. El otro, puede irritarse, enfadarse, sentirse
solidario, empatizar, lo importante es que sienta. La poesía debe partir de
nuestras entrañas para llegar a las de los demás, la impasividad es
inexistencia, no debe ser un lujo
cultural de los neutrales. La poesía existe porque existe todo aquello que
nos diferencia del resto de los seres vivos: la capacidad de sentir,
valorar, decidir,…en cada instante, la
capacidad de creer y crear un mundo simbólico que nos separa y, al mismo tiempo
nos acerca a nuestro propio mundo, capacidad del ser humano de crear arte en
cualquiera de sus expresiones. Porque ser poeta, como decía Flor Espanca: “É morder como quem beija!” Es luchar en
una guerrilla con las palabras como única arma, para conseguir que en los demás
crezca una revolución: sentir, sentir, sentir. Y si sabemos que no estamos
muertos, sobrevivirnos a este dolor, salvar el abismo y sobrevivir. Es muerte y
resurrección, igual que la vida: es gozo y dolor. Es, en definitiva, la única
resistencia al espanto.
Las
rosas, de verdad, no son perfectas:
algún pétalo se marchita en sus límites,
algún pétalo se marchita en sus límites,
algún
insecto en su corazón se preña.
Las
descubres al nacer y
crees
que son eternas:
huelen
a belleza.
Pero
son rosas del jardín
y no
son perfectas:
son como la vida.
son como la vida.
(Tierra con nosotros)
La poesía intenta abonar esa vida, esas rosas
imperfectas. La belleza, cubre el abismo y, por instantes, nos deja creer en el
paraíso. El reflejo en los otros, al contrario de Medusa, nos salva:
Acompañarnos en el dolor, la ternura, la soledad, la muerte, el silencio;
arañar nuestras entrañas y conmovernos; indignarnos, solidarizarnos,
sensibilizarnos, hacernos salir del ostracismo, convertirnos en seres humanos y
humanizados, salvarnos del abismo y de la finitud del mundo: esa es la
salvación de la palabra.
Montserrat Villar
(El arte poético: resistencia y transgresión:
plantar rosas en el infierno: resonancias de Medusa (Raias Poêticas,
Familacão, Portugal, 24 de octubre de 2014)
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